viernes, 25 de marzo de 2011

Limpiar los mares.


La noche comenzaba a oscurecerlo todo. Las montañas que nos rodeaban eran borrosos gigantes que no podíamos distinguir, pero que nos dejaban un sabor de misterio. Caminaba con mi padre por un pequeño sendero de montaña hacia la casa ritual de nuestro anciano Manuel y en el camino encontramos a una pareja de muchachos estadounidenses que casualmente querían visitarlo.

Ellos pertenecían a la expedición del famoso barco de Greenpeace, el Rainbow Warrior, que estaba en las costas pacíficas del Ecuador, protestando por la tala indiscriminada de manglares. Las autoridades gubernamentales en un desatinado intento de minimizar tamaña visita del conocido grupo ecologista, detuvieron al barco y encarcelaron a sus dirigentes para callarlos. Lo más gracioso es que éste acto trajo más publicidad en contra del gobierno. En todo caso el incidente permitió que estos dos jóvenes pudieran estar en tierra un tiempo y visitar un poco el país. En esos andares escucharon hablar de nuestro anciano y decidieron venir a conocerlo.

Su aspecto era normal para la gente de ciudad pero para la comunidad indígena donde estábamos, resultaba por demás distinto. Traían el pelo trenzado en largos tubos hechos con nudos como la gente de la cultura Rastafari, ropas muy gastadas y evidentemente desalineadas y mucha barba en su rostro. Pero lo que más llamaba la atención era el olor que sus cuerpos emanaban. Sin duda alguna tenían días de no bañarse.

Al llegar a la choza ritual, nuestro anciano los saludó muy respetuosamente y uno de ellos, el que mejor se comunicaba en español, le dijo:
-Nosotros vamos por el mundo limpiando los ríos y los mares, haciendo un esfuerzo gigante por salvar a nuestra madre tierra y al agua del envenenamiento que el ser humano y las grandes compañías han generado-

El abuelo los miró inexpresivo y emitió un gutural sonido aprobatorio casi indescifrable. El muchacho continuó.
-Queríamos visitarlo porque nos han comentado de su sabiduría-

Manuelito siguió inexpresivo pero amablemente los escuchaba con atención, aunque se podría considerar que no. El muchacho comenzó a ponerse nervioso.
-Maestro-, le dijo. -Queremos escuchar de usted algo que nos ayude a seguir adelante. Algo que sus ancestros hayan dejado de legado a sus hijos, a hombres de sabiduría como usted, alguna instrucción para poder limpiar este planeta tierra de tanta basura y poder convivir en armonía-

El abuelo levantó la mano, apuntándolo con el índice.
-¿Y usted me va a hacer caso o sólo vino a conversar por curiosidad?-

El chico no supo qué responder. Mi padre entonces intervino.
-Mira-, le dijo compasivo. -Él es un anciano. Para nuestra tradición cuando se le pregunta a un anciano y más aún si se le pide consejo o instrucción, es para obedecerle. Un anciano no da un consejo para que se quede en el aire o sólo para escucharlo. Es un compromiso porque su palabra tiene el peso de ser el sostén de toda la tradición, de la herencia y es el pensamiento de todo un pueblo-

El chico creyó saber en qué terreno pisaba y se quedó meditándolo. Conversó con su compañero y al final de una pequeña discusión miró al anciano y le dijo.
-Queremos escuchar para obedecer-

Entonces el abuelo preguntó, cómo para asegurarse bien de lo que estaban pidiendo.
-¿Ustedes van por el mundo limpiando los ríos y los mares?
-¡Sí!-, le respondieron orgullosos.
-¿Y quieren un consejo de mi pueblo para hacer mejor ese trabajo?-
-¡Así es!-, afirmaron contentos.

El abuelo prendió un cigarro y dando una profunda calada, dijo a los curiosos.
-Entonces les voy a dar el consejo que me dieron a mí mis abuelos, que a su vez les dieron sus abuelos-

Tomo aire y sin quitarles la vista de los ojos, afirmó.
-Agarren una escoba y barran su casa todos los días. Sólo así podrán saber la dimensión del trabajo que quieren hacer. Si les sobra tiempo, entonces sí, vayan y limpien el mundo entero-

Fumó una vez más y continuó con cara de picardía.
-Y si les sobra más tiempo, dense un bañito…

Sacado del libro Historias de Curanderos
de Santiago Andrade León

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