El mito y la práctica vergonzosa.
Por: Santiago Andrade
Muchos de nosotros sabemos lo que
es convivir con culturas ancestrales cercanas a nuestra cotidianidad. Es más,
reconocemos en nuestra forma de vida una cercanía e influencia. Los más
progresistas reconocen el parentesco y la familiaridad y los más atrevidos
adoptan esa forma de vida.
Esta condición de nacer en este
país, donde la tradición originaria está latente, nos ha hecho alguna vez
acercarnos a la vivencia con un curandero, un sobador, un perfumero, un
tabaquero o huesero tradicional. O buscar dentro del acervo ancestral ayuda
para nuestra condición de tristeza o de suerte. Muchos a los que la medicina
alópata no les ha dado una respuesta a su problema, han buscado en la
ritualidad antigua una solución. Y hay quienes hemos podido conocer y aprender
de la vida de un hombre o mujer que cuida de estas viejas maneras de vida.
En fin, el hecho de que todos
reconozcamos una cercanía no hace que la realidad sobre estas prácticas cambie.
El curandero sigue siendo considerado un guardián del folclor y no un hombre de
sabiduría o de respeto. La medicina formal lo trata como una especie de técnico
de la salud o de inofensivo colaborador, en el mejor de los casos, o como un
ignorante estafador a quien se debe combatir. En todo caso nadie se atreve a
reconocer el saber ancestral a la misma altura que el conocimiento académico.
Aún cuando un buen número de la población lo busca y obtiene resultados concretos.
Ahora y como en todos los tiempos,
la cantidad de estafadores que hablan de tener una capacidad y un entrenamiento
en Saberes Ancestrales es la consecuencia normal de la falta de políticas
púbicas claras al respecto, que puedan apoyar o juzgar estas maneras, y también
de la dificultad de establecer un diálogo entre el estado y los pueblos. Es
decir el desconocimiento y la falta de comunicación donde se puedan diluir
estas diferencias, impiden este avance.
Digo avance porque ya es hora que
en el país se hable con claridad sobre lo que son los Saberes Ancestrales. Ya
es tiempo de sacarnos el velo de la ignorancia de parte y parte, y comenzar a
conocernos más. Los oficiantes de ritos ancestrales, guardianes de un
conocimiento milenario, no sólo son los encargados de sostener una forma de
pensamiento y de culto, de cultura, sino los depositarios de una historia.
Ellos no sólo conservan un sinnúmero de saberes, sino que preservan las maneras
de acceder a ellos. Es decir, el Saber Ancestral es el camino que lleva al
conocimiento, no el conocimiento en sí.
Las prácticas ancestrales cuidan
el camino que se hace para acceder al conocimiento de la naturaleza, de nuestra
propia naturaleza. Guardan costumbres y ritos que nos hacen saber de nosotros y
conocer al ser humano. No son simples creencias, son prácticas rituales antiguas
que despiertan la conciencia y el conocimiento. No son una religión, no son un
dogma, son tradiciones que dan sentido a la vida, devuelven el propósito a la
existencia y nos brindan salud. Son ritos que ayudan al ser humano en su
crecimiento y desarrollo integral como persona y como integrante de una comunidad. Son la herencia
verdadera de cómo resolvernos en nuestro interior y como resolver nuestras
diferencias en sociedad. La posibilidad de un buen vivir.
Van más allá de cualquier
pensamiento contemporáneo progresista que se pone de moda. Son más que la nueva
era, son la memoria de la vieja era: La historia. El Saber Ancestral va más
allá de los pueblos, no es la pertenencia de nadie, porque el conocimiento no
es una pertenencia. Se brinda y sirve a quien se pone a su servicio y entrega
la vida a su legado. Es una fórmula simple, como simple es la enseñanza
antigua. El conocimiento se entrega en la medida de tu propia entrega.
La relación hace la diferencia.
El conocimiento llega en la capacidad de establecer una relación con lo que se
quiere conocer. Así las tradiciones antiguas hablan del respeto al
relacionarnos con nuestro entorno, con la naturaleza y con nuestra propia
conciencia, pues la relación construye confianza. Por eso, preservar las
maneras de conocimiento, no sólo los resultados, ha sido vital para los custodios
de Saberes Ancestrales. Lo importante es pedir el respeto por las formas
antiguas de conocimiento, formas tan validas como las actuales.
Las formas ancestrales se parecen
entre sí en todos los pueblos. Todos los pueblos originarios han levantado
plumas en la cabeza de sus líderes, han hecho danzas para honrar a sus
antepasados y para agradecer a las fuerzas del universo que equilibran la vida.
Todos los pueblos originarios han hablado de medicinas, han conservado rituales
para la comunicación dentro de la comunidad. Todas las tradiciones antiguas han
tenido sustancias embriagantes en sus altares y han contado la historia de su
origen, de la mejor manera posible, para preparar a sus jóvenes hacia la vida. También
han reconocido al sanador de la comunidad, no sólo por su manera de curar sino
por su intención de cultivarse como ser humano. Para los pueblos originarios el
curandero también es una artista, músico y carismático filósofo. Para muchos
incluso es un líder político y administrativo, la autoridad indiscutible. Y esa
autoridad aumenta con los años. Mientras más anciano, más respeto. Una
costumbre antigua.
Con el avance de la forma del
pensamiento actual, donde la organización comunitaria ha perdido su manera
ancestral, estas maneras antiguas de conocimiento están en la cuerda floja, no
solo porque ha desaparecido su hábitat natural de sobrevivencia, sino que los
actores han olvidado su cuidado. Las comunidades en general ya no están
organizadas como antes (consejos de ancianos, de guerreros, de mujeres) donde
se lograba una participación mayoritaria del pueblo, sino que la estructuración
moderna (presidente, vicepresidente, etc.) ha dejado de lado uno de los
principios mismos del Saber Ancestral: la participación comunitaria como
expresión de bienestar. El anciano ya no es la autoridad máxima y el político
ya no conserva el honor de servir. Otra costumbre antigua.
En este panorama, lo pueblos que
han podido sobrevivir al embate de la sociedad civil, de la evangelización y a
la persecución, se han encerrado en un manto de desconfianza y sus Saberes ya
no están para todos. Desconfianza que tiene una razón de ser. En todo caso
todos estos factores han generado que quienes no estén verdaderamente cercanos
a estos espacios de conocimiento antiguo o a un curandero de tradición, aunque
alguna vez o muchas veces en la vida se han acercado a estas formas, no
conozcan verdaderamente la profundidad y la belleza de los caminos de
conocimiento que nuestra tierra tiene. El conocimiento sesgado de lo que ha
sido una tradición milenaria ha generado un prejuicio y este prejuicio no
permite la validación de la medicina y de las costumbres ancestrales en nuestro
pueblo.
También ha generado verdaderas
incoherencias en nuestra escala de valores al momento de defender nuestro
origen. Se toleran, defienden y se permiten expresiones religiosas de
variopintas tendencias, pero las propias no. Existe una suerte de participación
vergonzosa, un temor latente de aceptar que visitamos a un curandero. Tanto así
que nadie se cuestiona el hecho que en este país ya no se pueda practicar los
ritos mortuorios antiguos o que el uso cotidiano y ritual de la hoja de coca
haya desaparecido. Perú, Colombia y Brasil lo tienen, y nuestro país no, pero
lo tenía hasta hace poco. No se cuestiona porqué se han validado muchas formas
alternativas de medicina y las propias no. No hay un pronunciamiento a favor
del rescate de las danzas antiguas, y se ve con impasividad que se sigue
enseñando “danzas folclóricas”, como una sub expresión artística. Con la misma
distancia que un artista mira a un artesano de la calle.
El Saber Ancestral es la base de
la salud de un pueblo, es su historia y su identidad. Es el camino para
conocer, no es el conocimiento en sí, es la manera de adquirirlo, de vivirlo y
amarlo. Es su expresión artística y su ritualidad, su canto, su familia. Es la
profecía para los más místicos y la tecnología para los menos. Un Saber
Ancestral no es un concepto, es una vivencia. Y esa vivencia está en alguien
que la cultiva, conserva y que además lidera a una familia o comunidad.
En esa medida todos somos capaces
de adquirir y acceder a un Saber Ancestral. De vivir una forma de conocimiento
y de ser parte de un pensamiento antiguo. La costumbre se aprende y la
sabiduría se cultiva. Por eso la necesidad de que el Estado diseñe políticas públicas
que permitan no sólo conservarlos sino validarlos. Para que las personas que
estén dispuestas a saber de ellos puedan llegar a los hombres y mujeres que
realmente los cuidan, y así disminuir la posibilidad de ser estafados o de caer
en el snob y en la superstición.
El cuidado de un Saber Ancestral
es la responsabilidad de un pueblo que quiere estar en paz con su memoria, con
su origen, y quiere entregar a sus hijos la posibilidad de un buen vivir.
Nuestro pueblo por ejemplo, no habla mal de su primera madre, ni tiene
historias de dos hermanos que se mataron por envidia. Dice que su madre es la
Tierra y su padre es el Sol. Y que el cielo y la tierra se respetan y gestan la
vida. Dicen que los primeros hermanos, el Agua y el Viento, no se han peleado,
nunca se han matado o tenido envidia; menos aún han permitido que esos
sentimientos validen el asesinato. Es más, miran la naturaleza y reconocen su
sabiduría, la capacidad de convivir en la diversidad.
Los pueblos que quieren tener
respuestas, cuidan las maneras de encontrarlas. Los pueblos que quieren que su
gente esté bien, sea íntegra y consciente, cuidan las maneras de conocimiento y
no las niegan. En el pensamiento antiguo de América por ejemplo, jamás se ha
dicho que en la naturaleza hay algo prohibido, menos una planta que da
conocimiento. Siempre se ha sabido de la existencia del peligro y por eso se ha
cultivado el respeto. No son las plantas ni las cosas que existen las que hacen
daño, es la manera de acercarse y relacionarse. Como todo en nuestra vida, el
respeto por todas las formas de vida ha generado mayores posibilidades de
coexistencias armónicas.
Los pueblos antiguos han
reconocido su parentesco con todo lo existente, animal o vegetal. Su origen en
el Fuego, la Tierra, el Agua y el Viento. Es decir, proponen el respeto como
tradición y el cuidado de todas las relaciones como camino de salud. El
pensamiento antiguo habla de unidad y de honor. Cuenta historias viejas, donde
la guerra y la enfermedad no existían. Los cantos más viejos, son los que
hablan de la familia y de la unidad. Eso es lo que dice la tradición: La
guerra, el descontento y la enfermedad llegaron después; cuando el ser humano
tuvo miedo de ser quien es, cuando desconoció a su pariente, cuando negó su
origen, cuando se sintió más que otro y con derecho sobre éste.
La historia de América ya nos ha
demostrado lo doloroso que es cuando se le obliga a un pueblo entero a perder
su identidad, a negar su origen. Ya sabemos lo que resulta cuando un pueblo le
dice a otro cómo debe vivir, cómo deber llevar su culto, su creencia, su canto,
sus relaciones. Estamos conscientes que, la imposición y la violencia,
esclavizan no sólo al individuo sino a su pueblo, a su pensamiento y a su
espíritu. También estamos seguros que no queremos repetir esa historia.
Levantar nuevamente la memoria de nuestro ancestro para poder decir que el
conocimiento es de quien lo cuida y cultiva. Que la tradición no es más que un
sinnúmero de experiencias que nos abren la posibilidad de estar bien, que nos
cuentan la historia de un pueblo que ha vencido su ignorancia, no a otro. El
Saber Ancestral es la memoria y es en nuestro pasado donde sembramos la
posibilidad de vivir ahora. La memoria de un pueblo que quiere que sus
integrantes sean la respuesta, su propia respuesta, no solo la pregunta. Un
pueblo que se determina y se reconoce en
la libertad de ser en su esencia, hijos de la tierra, no visitantes o turistas.
Publicado en la revista Vanguardia
Abril 05 / 2013
Por: Santiago Andrade